MIRANDOSE AL OMBLIGO
Estos son los años en que se perdió el respeto, se perdió el control y
se instauró la mentira como discurso permanente. Son los años en que se inició
la funa a una presidenta de la república en las puertas de su casa y se inició
un proceso que de aquí a la eternidad no nos volverá a permitir un presidente
que sea respetado. Este es el país donde a los presidentes de la república se
les puede increpar, silbar y empujar. Se puede invadir un tribunal o ingresar a
una sesión del congreso y maltratar a un ministro, se puede lanzar un vaso de
agua a la cara de una ministra como modo de protesta y se puede poner una bomba
en un banco como medio de llamar la atención.
Siempre habrá una buena causa que lo justifique.
Estos son los años en que quien no se suma a un movimiento estudiantil
violento, depredador e irresponsable, es un paria. Son los años en que se puede
destruir una ciudad o asaltar una compraventa de automóviles en nombre de la
protesta legítima, y no hay un solo responsable. Porque se puso de moda no
tener responsabilidad y la justicia se inventó códigos especiales para lavarse
las manos.
Porque el ejemplo es tan malo, tan lamentable y el discurso es tan
falso, tan poco creíble, que no resulta posible pedirle respeto a nadie. Cuando
los senadores y diputados de este país son despreciados por negligentes, por engañar
y negar, no nos queda donde buscar el ejemplo en quienes se hacen llamar
honorables. Cuando son descubiertos a poto pelado, cuando se les sorprende
manejando borrachos, cuando se descubre que usan recursos públicos para fines
personales e intentan que se les paguen gastos médicos en forma impresentable y,
lo que es peor, cuando concluimos que todos esos delitos y esas faltas quedan
impunes, tan impunes como el que asalta domicilios o el que destruye la ciudad,
entonces uno se pregunta ¿cómo le pido a mi hijo que vote?
El discurso político de negar a ultranza que no hiciste lo que debías
hacer en veinte años y que la culpa es sólo de tus opositores, ya huele mal, no
resulta creíble. Cuando un presidente comete errores de manejo, cuando nombra
ministros a los que nadie cree y los mantiene en su lugar sólo por tozudez, por
necedad, entonces nos damos cuenta que la clase política sólo se mira al
ombligo y que ya hacen años que dejaron de mirarnos.
Ya los católicos no pueden mirar al cielo y pedir ayuda. El
representante terrenal a quien confiaron sus hijos es un abusador y usó redes
de ocultamiento tan grande como la de los políticos a quien desprecia o la de
los militares que durante veinte años se autodefinieron como los
incorruptibles, los salvadores, los que sólo trasladaban televisores, los que
nunca tuvieron cuenta en un banco americano.
Estos son los años en los que descubrimos que el servicio público dejó
de existir, se lo comió el hambre por el poder.
Ojalá que los jóvenes descubran los caminos para crecer sin destruir,
para razonar por sobre el discurso demagógico, para ganarse el respeto sin
mentir, sin incendiar. Porque nuestra generación ya no tuvo tiempo. Lo
importante es aceptar el cómo llegamos hasta aquí, para no volver.