Un cielo más ameno
Mi primo Ernesto era uno de los tipos más fomes a la edad de 18 - 20 que he conocido. Con un nivel cultural superior, dominaba una diversidad de temas que a esa edad uno no quiere ni mencionar, era amante de los grandes maestros y habitué del Teatro Municipal, a la vez que carecía en lo absoluto del más mínimo interés por el fútbol. Eso y otras cualidades tan atípicas como las descritas, súmele la educación en el Verbo Divino y la sarta de sietes que uno jamás vio, hacían de Ernesto un tipo un tanto Nerd y al resto de los primos nos costaba nivelarnos con esta mezcla de pesado, guevón y genio que cuando nos encontraba enfrascados en un problema de matemáticas jodidísimo, mirando de soslayo el cuaderno nos decía ... aplica Pitágoras pues hombre... como si esa acción fuese de un nivel de dificultad equivalente a rascarse el poto.
Su hermano Luis Alejandro era la otra cara de la moneda. Compartían esa desagradable facilidad de obtener altas notas en el colegio con una frecuencia desconocida para el resto, pero Alejo era el de las minas, las fiestas, el fútbol y el chiste fácil. Bastaba que lo invitaran una vez a la casa de una niña para que a los dos o tres días estuviese de "bechito mamá...bechito papá...." y le prestaran el auto. Jamás pasó la receta.
Así llegaron a la universidad. Luis Alejandro lo pasaba chancho y Ernesto seguía siendo lo que se puede describir como el tipo grave.
Pero un día apareció Pilar y el tipo se nos transformó. Era como esos amigos que se dejan de ver por diez años y uno no logra reconocerlos porque aparecen con una barba enorme y vestidos a lo Travolta. De ser un tipo fome Ernesto pasó a ser el "bailaor" de la familia. En las fiestas le daba duro y tupido hasta que apagaban la música, descubrió que un par de wiskeys lo hacían más entretenido y fumaba como si el humo fuese a prolongar la noche. Si he visto a un hombre transformarse por el amor de una mujer, ese fue Ernesto. Jamás antes le conocí una polola ni jamás pensé que su compañía se transformaría en veladas tan agradables, pero después de que Ernesto conoció a la Pili, complementó su discurso inteligente, su análisis pragmático y su enorme conocimiento con la alegría de su permanente humor, a veces algo negro, y su capacidad de hacer que una velada intrascendente se transformara en una jornada que nadie quisiese terminar. Un docente permanente con sus hijos y con cualquiera que fuese menor que él, tuvo siempre la palabra equilibrada y la recomendación certera.
Bastante desapegados como familia, mi relación con Ernesto no fue la que debería haber sido. A la luz de los acontecimientos uno va descubriendo cómo de manera imperdonable nos perdemos la relación con los que amamos. Reunirnos dos veces por año nunca fue suficiente, pero las vidas van siendo divergentes por defecto, hasta que viene la muerte y nos enseña cosas que nunca vimos. Fue recurrente entre los dos la conversación sobre cómo habrían cambiado nuestras vidas si mi padre no se hubiese muerto tan joven; Ernesto tuvo de por vida la convicción de que mi viejo nos hubiese guiado por un camino distinto al que recorrimos, y que para él resultaba obvio que habría sido mejor.
Ernesto terminó su vida siendo fumador, sibarita y bebedor, de lo que disfrutó más que cualquiera de nosotros, que nos pasamos la vida yendo al médico y cuidándonos del hígado, el cólon, el corazón, el páncreas y cuanta presa nos nombran por ahí como potencial causa de muerte. Cuando sintió que le llegaba la hora Ernesto subió a su cuarto, se fumó el último pucho, apagó la luz y se murió, con la calma con que enfrentó las buenas y las malas etapas de su vida.
Hoy debe haber una reunión interesante allá arriba, pero es indudable que el ambiente debe ser más divertido y la conversación de los Valdivia en la cumbre debe haber mejorado muchísimo desde que Ernesto se sumó. Les estaba haciendo falta.
Pero un día apareció Pilar y el tipo se nos transformó. Era como esos amigos que se dejan de ver por diez años y uno no logra reconocerlos porque aparecen con una barba enorme y vestidos a lo Travolta. De ser un tipo fome Ernesto pasó a ser el "bailaor" de la familia. En las fiestas le daba duro y tupido hasta que apagaban la música, descubrió que un par de wiskeys lo hacían más entretenido y fumaba como si el humo fuese a prolongar la noche. Si he visto a un hombre transformarse por el amor de una mujer, ese fue Ernesto. Jamás antes le conocí una polola ni jamás pensé que su compañía se transformaría en veladas tan agradables, pero después de que Ernesto conoció a la Pili, complementó su discurso inteligente, su análisis pragmático y su enorme conocimiento con la alegría de su permanente humor, a veces algo negro, y su capacidad de hacer que una velada intrascendente se transformara en una jornada que nadie quisiese terminar. Un docente permanente con sus hijos y con cualquiera que fuese menor que él, tuvo siempre la palabra equilibrada y la recomendación certera.
Bastante desapegados como familia, mi relación con Ernesto no fue la que debería haber sido. A la luz de los acontecimientos uno va descubriendo cómo de manera imperdonable nos perdemos la relación con los que amamos. Reunirnos dos veces por año nunca fue suficiente, pero las vidas van siendo divergentes por defecto, hasta que viene la muerte y nos enseña cosas que nunca vimos. Fue recurrente entre los dos la conversación sobre cómo habrían cambiado nuestras vidas si mi padre no se hubiese muerto tan joven; Ernesto tuvo de por vida la convicción de que mi viejo nos hubiese guiado por un camino distinto al que recorrimos, y que para él resultaba obvio que habría sido mejor.
Ernesto terminó su vida siendo fumador, sibarita y bebedor, de lo que disfrutó más que cualquiera de nosotros, que nos pasamos la vida yendo al médico y cuidándonos del hígado, el cólon, el corazón, el páncreas y cuanta presa nos nombran por ahí como potencial causa de muerte. Cuando sintió que le llegaba la hora Ernesto subió a su cuarto, se fumó el último pucho, apagó la luz y se murió, con la calma con que enfrentó las buenas y las malas etapas de su vida.
Hoy debe haber una reunión interesante allá arriba, pero es indudable que el ambiente debe ser más divertido y la conversación de los Valdivia en la cumbre debe haber mejorado muchísimo desde que Ernesto se sumó. Les estaba haciendo falta.
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