Monday, March 04, 2013

La Raíz


O´Higgins 430, entre Rengo y Lincoyán. La vereda tenía más de cinco metros de ancho y era la cancha de fútbol donde los San Martín, los Moratino, el huaso Cea, Larry Gangas y otros incipientes futbolistas de 10 a 14 años trataban de dar sus primeros pasos, entre los reclamos de Chichi la peluquera y la óptica Benhër por los pelotazos en las vidrieras. Eran los años en los que la vida fluía lenta y placentera, como las empanadas fritas de la Nana Valdivia en Domingo o los vuelos en Piper con el viejo Eugenio sobre la laguna de San Pedro. Era demasiado bueno para durar. La vida de niños y adolescentes fue tan intensa que los recuerdos no pudieron pasar agachados y silentes, sin dejar las huellas profundas que hoy cargamos entre la espalda y el corazón los de la generación penquista del 50.
Fue la generación paralela, donde nuestros viejos vivieron tan intensamente como nosotros porque en Concepción había una sociedad con espacios. Habían mujeres hermosas, vida nocturna y veranos de agua, sol, lanchas y asados. Los viejos vivían en el Quijote y los chicos en el Astoria. Los negocios se hacían en el Dom con el cafecito de don Juan Schiaffino, que se ponía morado si le usaban mucha azúcar. Los completos del Llanquihue, las eternas mesas de pool y el cine de los Domingos eran imperdibles, cine de matinée o de vermouth, donde el Pollo Valdivia pegó un pico de papel por fuera del lente de proyección y hubo que parar la película para sacarlo. Teníamos un campeonato de fútbol de quinta categoría pero a nosotros nos parecía la Champions League, con la U de Conce, Fernández Vial, Gente de Mar, Fiap-Tomé, Ferroviarios y otros gloriosos clubes, a los que unos pocos íbamos a ver a la cancha de tierra de la U en avenida Roosevelt, que murió decentemente, dando paso al hospital.
Era ese Concepción creciente, donde Huachipato hacía casi toda la fuerza industrial y llegar a la planta con el viejo parecía tan lejano como salir al extranjero; a las casas de la laguna sólo se llegaba en lancha y Talcahuano era una experiencia oscura de marineros borrachos y burdeles miserables. Los más chicos fuimos creciendo y ya el colegio no era solo el lugar donde estudiar, sino donde se vivía con romance y aventura. El foro romano de la U era el centro del coqueteo quinceañero y allí asomaban las primeras tomadas de mano, tímidos abrazos y besos dulces de chicle bomba sabor a frutilla. Las primeras cervezas se probaron en El Ombligo y las primeras fiestas eran de tres a siete en el colegio, fiestas de Chubby Checker y Guinda Nobis, con canapés hechos por las mamás y profes vigilantes, no sé para qué, ya que en esos años los jotes no daban ni para polluelos.
La memoria está pintada con pinceles delgados y colores ya algo diluidos que en mi interior describen a la ciudad de la lluvia, al colegio con barro hasta el cogote, los profes que fumaban en clase, los examinadores del liceo uno, encabezados por la Lola Puñales, la Puta Díaz y el Viruco. Los primeros puchos con Aldo en la clandestinidad de la noche de San Pedro y un tema de Chad & Jeremy que el Chino exhibía como primicia y que nunca nadie más escuchó. 
Concepción me duró hasta antes de la universidad. El viejo se murió y emigramos. Allí quedaron mis raíces, mis anécdotas, mis primeras pololas, mis primeras incursiones donde la tía de todos, la vieja casona de O’Higgins 430 y los veraneos en la laguna. Me fui una noche en el nocturno, silente, con mi vieja y su enorme corazón hecho trizas, envejeciendo mil años en un viaje de quinientos kilómetros y dando por terminada una vida que no debía haberse interrumpido.
Pero lo que nunca dejé en Concepción fue a mis amigos. A ellos me los traje en el corazón. Amigos geniales, amigos grandes, amigos amigos, de esos que no se ven en veinte años y nunca dejan de estar presentes, amigos que se actualizan en una sola conversación, pues nunca se fueron realmente.
Tuve amigos más cercanos y otros no tanto. Tuve amigos de barrio, de colegio, de fútbol, de trompo y bolita, amigos de secretos y de andanzas clandestinas.  Amigos divertidos, amigos graves, amigas hermosas, amigas sensuales, locas y serias. Tuve amigos que hoy me hacen decir que tengo amigos. Y que soy un afortunado.
 
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Dedicado a Jorge Huaso Cea, Rodrigo Negro Ulloa, Mario Cabezón Ricardi y Fernando Ricardi, Aldo el Bachicha Vivaldi, Pía y Renato, Jorge Chino Monardes, a Janet Lamas, la más rica, a Carmen Gloria Brito, la más dulce, a la Vero Rudloff, la más chora, a la Nuri Llull, la más loca, a los hermanos San Martín, mis vecinos, a Poncho Pizarro, el intelectual, a Hernancito Rojas, que debe estar mirándonos envejecer, al Pollo Salazar, a la Marcia y la Polla, al Yoyo Quevedo, a Fernando Rojo, a la Paty Bauer, a la ternura de Sonia Karp y sus pecas, a la Cristina Lobos, Rodrigo Jaén, Jorge Yaeger, a Jorge Reyes, Moncho Romero y Alejandro el Conejo Espinoza, mis amigos de la música, a Marion Contreras y su desaparecido hermano Carlos, a los Santa María, a la memoria de Nico Bustos, y a tantos otros rostros que se me quedaron en la retina, pero cuyos nombres no podría relacionar. Ojalá muchos otros pudiesen leer estas líneas.
Una dedicatoria muy especial al hijo de puta de Carlos Halabí Lorca, vecino de niñez que esperó quince años para ir a buscarme en Venezuela y abusando del recuerdo me cagó con veinticinco mil dólares por los que lo mantuve quince días preso, pero nunca pagó. El único que nunca llegó a saber que es la amistad. Morirá pobre de afectos.  

Saturday, September 29, 2012


VOLVER AL FUTURO

Venezuela en su historia ha soportado embates de la naturaleza que han causado muerte, desolación y enormes pérdidas materiales, desastres de los que siempre ha salido adelante con esfuerzo, con determinación y con solidaridad. Por si fuera poco, su historia reciente ha soportado una lista interminable de tiranos delirantes y abusadores que comparados con un huracán, han causado un daño mayor y han tenidos consecuencias difíciles de superar. Cipriano Castro es el primer mal ejemplo en la política y quien abrió la puerta para que sus sucesores fueran gentes que conservarían lo peor de sus características. Alguna vez un observador de la historia venezolana lo definió ignorante e impetuoso como el caballo de Atila, con la elocuencia de un bárbaro, unida a la audacia de un beduino, y lo culpó de asesinar la seriedad del Congreso, años antes de asesinar su libertad. Una indigna joya de la historia.

De allí en adelante fueron todos superando al maestro. Juan Vicente Gómez se apropió de la mitad de la tierra, asesinó a miles de opositores y dejó regados más de ochenta hijos no reconocidos que aparte de quedar en el abandono, sufrieron el estigma de ser hijos de un depredador. La lista sigue, pero no vale la pena porque es historia conocida. La dificultad de remover gobiernos siniestros y obscuros sólo registra un triunfo cívico con el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez en 1958

Las incrustaciones de verdaderos estadistas en la historia política venezolana  va en significativo desmedro al lado de la lista de golpistas, aparecidos y abusadores. Quizá esa desproporción entre  demócratas y golpistas influyó en el hecho de que el ciudadano común se acostumbrase a que muchos de sus gobernantes tuviesen características similares y seguramente eso contribuyó a abrir la puerta de Miraflores a otro golpista y abusador, un lobo vestido con piel de demócrata y con ínfulas de caudillo salvador de los pobres.

Adecos y Copeyanos lo hicieron tal mal, se enriquecieron descaradamente y usaron el poder político en forma tan abusiva, que Chávez parecía el Mesías. Entre discursos de borracho con fondo de rancheras y mucho real en los bolsillos para ir arrojando migajas a la jauría, todo se le perdonaba. El ejemplo era tan pobre, las ganas de salir de los gobiernos incompetentes era tan grande, que se le dio la oportunidad a un delirante que parecía mejor que lo que había pero que terminó siendo la copia mejorada de los Castro, los Gómez y los Pérez Jiménez.

Este es un tramo de la historia que no debería haberse escrito y que no mereció ser vivido.

El llamado a volver a la democracia tiene tanto poder, que Venezuela no puede desperdiciar la oportunidad y debe aprender de una vez por todas que no existen los milagros ni los milagreros. El trabajo, el esfuerzo y la solidaridad son las únicas armas para salir de este temporal tropical que trajo veneno a la sociedad en su intención de discriminar entre los buenos y los malos, sin darse cuenta que ser hermanos es más fuerte.

Que Chávez siga gobernando es equivalente a no haber aprendido nada, a desconocer la historia y a renunciar a la esperanza de ser mejores. No puede seguir existiendo la división de los ciudadanos de primera y segunda categoría. No puede seguir existiendo la extorsión y la bota golpista sobre el corazón de los medios y la opinión pública. No puede seguir existiendo el despilfarro descarado de recursos para pagar aliados indeseables. No puede seguir el abuso descarado de atar al ciudadano común a cadenas forzadas de balbuceo, incoherencia y boleros, con un muy mal cantante como castigo final.

El hombre se tiene que apear del caballo. Debe tomar su montura, guardarla en Sabaneta y quedarse con ella mirando el maravilloso atardecer de los jubilados . No puede seguir cabalgando en un país que no es su hacienda, que no le pertenece y que tiene millones de dueños que viven con la esperanza de seguir siendo libres por siempre.

Saturday, August 18, 2012

MIRANDOSE AL OMBLIGO


Estos son los años en que se perdió el respeto, se perdió el control y se instauró la mentira como discurso permanente. Son los años en que se inició la funa a una presidenta de la república en las puertas de su casa y se inició un proceso que de aquí a la eternidad no nos volverá a permitir un presidente que sea respetado. Este es el país donde a los presidentes de la república se les puede increpar, silbar y empujar. Se puede invadir un tribunal o ingresar a una sesión del congreso y maltratar a un ministro, se puede lanzar un vaso de agua a la cara de una ministra como modo de protesta y se puede poner una bomba en un banco como medio de llamar la atención.

Siempre habrá una buena causa que lo justifique.

Estos son los años en que quien no se suma a un movimiento estudiantil violento, depredador e irresponsable, es un paria. Son los años en que se puede destruir una ciudad o asaltar una compraventa de automóviles en nombre de la protesta legítima, y no hay un solo responsable. Porque se puso de moda no tener responsabilidad y la justicia se inventó códigos especiales para lavarse las manos.

Porque el ejemplo es tan malo, tan lamentable y el discurso es tan falso, tan poco creíble, que no resulta posible pedirle respeto a nadie. Cuando los senadores y diputados de este país son despreciados por negligentes, por engañar y negar, no nos queda donde buscar el ejemplo en quienes se hacen llamar honorables. Cuando son descubiertos a poto pelado, cuando se les sorprende manejando borrachos, cuando se descubre que usan recursos públicos para fines personales e intentan que se les paguen gastos médicos en forma impresentable y, lo que es peor, cuando concluimos que todos esos delitos y esas faltas quedan impunes, tan impunes como el que asalta domicilios o el que destruye la ciudad, entonces uno se pregunta ¿cómo le pido a mi hijo que vote?

El discurso político de negar a ultranza que no hiciste lo que debías hacer en veinte años y que la culpa es sólo de tus opositores, ya huele mal, no resulta creíble. Cuando un presidente comete errores de manejo, cuando nombra ministros a los que nadie cree y los mantiene en su lugar sólo por tozudez, por necedad, entonces nos damos cuenta que la clase política sólo se mira al ombligo y que ya hacen años que dejaron de mirarnos.

Ya los católicos no pueden mirar al cielo y pedir ayuda. El representante terrenal a quien confiaron sus hijos es un abusador y usó redes de ocultamiento tan grande como la de los políticos a quien desprecia o la de los militares que durante veinte años se autodefinieron como los incorruptibles, los salvadores, los que sólo trasladaban televisores, los que nunca tuvieron cuenta en un banco americano.

Estos son los años en los que descubrimos que el servicio público dejó de existir, se lo comió el hambre por el poder.

Ojalá que los jóvenes descubran los caminos para crecer sin destruir, para razonar por sobre el discurso demagógico, para ganarse el respeto sin mentir, sin incendiar. Porque nuestra generación ya no tuvo tiempo. Lo importante es aceptar el cómo llegamos hasta aquí, para no volver.

Friday, March 25, 2011

La razón de las cosas

Siempre que uno escribe sobre personas piensa que hay un determinado grado de injusticia al narrar, pues irremediablemente se deja de nombrar a algunos, por olvido, por espacio o por ganas. Escribo sobre mi familia con igual sesgo porque es irremediable, pero alguna vez tenía que hacerlo, ya que soy un tipo extremadamente orgulloso del núcleo al que me tocó pertenecer.
Mi bisabuelo Máximo es una imagen difusa. Los Valdivia que quedamos vivos somos muy distantes en el tiempo, por lo que la información es vaga y las fotos inexistentes. Lo gravitante en la familia fue su condición de músico profesional, integrante de la orquesta sinfónica y obviamente el gen original de una afición que se transmitiría a todas las generaciones en mayor o menor medida. Se recuerda de él una anécdota en particular y que dice que alguna vez le prestó su frac de actuación a un colega que tenía un pituto en otra orquesta y cuando lo recuperó se lo habían reducido varias tallas, ya que quien lo usó era de menor estatura y no encontró nada mejor que ir a un sastre y simplemente achicarlo. 
Mis abuelos fueron cinco hermanos, cuatro varones y una mujer. Este grupo adorable de eruditos, locos, bohemios e incorregibles caballeros de humor negro, que vestían de traje y corbata hasta en la playa, se compuso de personajes pintorescos e inolvidables. Un músico bandido, violinista de la sinfónica que una vez durante un concierto en Tacna se enganchó con unos tangueros cuyo instrumentista había desertado de cumplir un contrato en un transatlántico y sin dudarlo salió de su hotel calladamente, con su maletita y su instrumento y se lanzó a la aventura en un vapor de damas vestidas de plumas y zorros, tocando a Gardel hasta Paris. Nunca más se supo de él. 20 o 25 años después apareció de la nada, casado con una francesa y saludando como si se hubiese ido ayer, para instalarse en su casa de calle Lira desde donde a sus avanzados ochenta y vestido de fumoir, pañuelo al cuello y retoques de polvo cosmético en los cachetes, piropeaba a las colegialas que pasaban por su ventana. Ese fue Ernesto, odiado por la mitad de la familia e ignorado por la otra mitad. Para mi, un personaje excéntrico y extremadamente cariñoso, de quien guardo un recuerdo cálido. Sentados al piano en la vieja casa de Lira me hizo la partitura de la primera canción que compuse, a los 16 años, para poder enviarla al Festival de Viña del Mar.
No muchos fuera de la familia saben que el Cadáver Alberto Valdivia Palma perteneció a la generación casi olvidada de poetas y escritores de los años 20, junto a  Alberto Rojas Jiménez, Juvencio  Valle, Romeo Murga y Víctor Barberis entre otros, los que a la sombra de los maestros Rimbaud y Baudelaire crearon un grupo de intelectuales de capa y sombrero alón y durante años deambularon por las calles de un sombrío y muy bohemio Santiago que a muchos llevó por el andar del exceso. El Cadáver cayó en las garras de la morfina y nadie logró rescatarlo. Toda su vida arrastró una tristeza tan enorme como su raído abrigo que le produjo el fracaso de su primera obra, Romanzas en Gris, publicada cuando apenas tenía 20 años.  “Todo se irá, la tarde el sol, la vida, será el triunfo del mal, lo irreparable; sólo tú quedarás, inseparable hermana del ocaso de mi vida”. Esos eran los versos de aquel muchacho flaco al que se le veía deambular en solitario, con su infinito sosiego y un paquete de papeles con sus versos bajo el brazo. Murió a los 38 y sus amigos dicen que todavía deambula, como buen Cadáver, por calle Bandera, cerca de la Cafetería Popular.
La Tía Palmira, cuyo apodo fue un simple corte del nombre, acomodándolo a su minúscula estatura, era una vieja sollterona, buena para el aletazo, el chiste rápido y la puteada veloz. La recuerdo ronca, muy fumadora, de falda apretada y caminar rápido. No tardaba un segundo en empapelar a chuchadas a cualquiera que se le atravesara, y pasaba de ese fuerte actuar a la ternura más grande con la velocidad del rayo. Tenía el humor permanente de sus hermanos y resultaba difícil pensar que criándose con semejantes especímenes la Palmi pudiese haber tenido otro carácter. Nunca me fui de su casa con las manos vacías y lo que más recuerdo es que cada vez que la visitaba volvía a casa con unos huevos enormes que producían sus gallinas regalonas. Nunca se casó porque nunca le gustaron los hombres, pero en el siglo veinte esa condición se vivía entre sábanas y en silencio, so pena de ser condenado al desprecio. 
Mis dos abuelos fueron unos tipos fenomenales. Mi abuelo paterno, Eugenio, ha sido siempre recordado como el hombre más cálido que se haya conocido. Algo gordo, de manos suaves y trato cariñoso, todavía no hay una explicación clara de cómo un ser tan adorable vino a casarse con una mujer tan parca, poco cariñosa y egoísta como mi abuela Mercedes. Cuando mi padre era muy pequeño se radicaron en Francia, donde mi abuelo hizo tanto de dentista como de cellista, una de sus dos grandes pasiones. La otra era mi viejo, el Chocolate como el lo llamó por alguna razón que nunca supe, a quien el abuelo tenía adoración. Muy joven enfermó de algo que jamás tuvo diagnóstico y fue uno de los primeros pacientes en Chile en recibir penicilina, medicamento casi experimental en aquellos años que lamentablemente no pudo ayudarle. El abuelo Eugenio murió cinco años antes de yo nacer, el año 45.
Eugenio y Arturo, mi abuelo materno, estudiaron odontología casi paralelamente. Egresados se pusieron a trabajar sin graduarse y les llegó el momento de culminar la carrera o quedarse sin título. Dieron once exámenes en un solo día, pasando de sala en sala y de comisión en comisión. Por la noche salieron con el título bajo el brazo y aunque no hay testigos vivos, puedo jurar que se fueron de putas. No recuerdo otro caso de hermanos graduados el mismo día.
La banda de los Valdivia fue terrible. Eran capaces de pasearse en bolas por la casa para ahuyentar a una visita molestosa o de meterse en un concurso de ..si come los catorce platos no paga... y en medio de la tercera cazuela transarse a carajazos  porque no había suficiente pan con mantequilla para empujar.
El abuelo Arturo tenía el humor más negro de toda la familia. Era fácil confundir si estaba enojado y lo que decía era un sermón, o te estaba tomando el pelo descaradamente. Creo que muchas veces ni el mismo podía controlar el que su discurso fuese entre cómico, duro y sarcástico, como cuando aquella vez llamó a la cocinera para reclamarle haber servido mariscos en mal estado... en el mercado, usted se para al lado de los mariscos y agita la falda... si huelen igual, no los compre... es signo de que están podridos...
Odontólogo de Ferrocarriles del Estado, los mil viajes en tren desde y hacia Concepción en compañía del abuelo son imborrables. Con su camisa blanca impecable, suspensores y eventualmente un jipi japa - a pesar de la oposición férrea de la abuela Marta - terneado invierno y verano y con la sabia calma del hombre en paz, viajar con el abuelo fue siempre un placer. Una vez compramos naranjas en Curicó y el viejo mandó a mi hermana de vuelta al tren mientras él pagaba. La señora del kiosco se quedó mirando a Loreto y comentó... parecía decente la niñita, pero igual se robó las naranjas... don Arturo, con la parsimonia que le caracterizaba se guardó los billetes y alejándose del kiosco dijo algo así como... la juventud de hoy está terrible...  
Dos hemiplegias y otro par de infartos lo dejaron mermado físicamente y lento en el hablar. Un día me confesó que estaba cansado de vivir.. listo para el cajón... en sus propias palabras, y le encontré razón. Un hombre que tuvo una vida sana y sin excesos, no encontró nunca justicia en esa etapa privada de las facultades mínimas. Un día de agosto se durmió en su habitual siesta y ya no despertó.
La generación que vino luego es la de mis recuerdos cercanos. Ernesto tuvo tres hijos, la Pepa, eterna tía de todos, cariñosa, cálida y de un eterno buen humor. Eric el porro, apodo que le puso una tía lejana por sus notas en el colegio, el hombre que siempre estaba sonriendo,  y Ernesto, que fue muy cercano a mi padre y de un tremendo parecido físico a su viejo. Del tío Ernesto aprendí que la educación era lo fundamental. Me lo dijo una y otra vez y me consta que su preocupación permanente fue que sus hijos Luis Alejandro y Ernesto se graduaran de ingenieros. La vida lo premió permitiéndole verlos como brillantes profesionales.
Ni el Cadáver ni la Palmi, razones obvias, tuvieron hijos. Eugenio y Arturo darían origen a mis viejos, que siendo primos se casaron en un escándalo familiar que debe haber sido el motivo para que la abuela Mercedes nunca pudiera perdonar y que se transformara en la peor abuela que nieto alguno pueda recordar.
Mi viejo fue hijo único, pero por el lado del abuelo Arturo nacieron el Peladito Arturo, un niño prodigio que fue más maduro que la mayoría de los adultos de la familia y que murió de pocos años, Martita, también muerta de niña,  mi vieja Adriana y luego los mellizos, Jaime y Patricio. La incipiente medicina de los años cuarenta no pudo salvar a Jaime, que murió apenas nacido, y quizá por esa tremenda injusticia Dios dobló en Patricio las cualidades de ser humano inmejorable de las que todos hemos disfrutado. El Pato Valdivia es un hombre íntegro, transparente como el agua fría, generoso y de un alma que como el océano, le ocupa casi todo el espacio. Cuesta definirlo. Los que hemos sido recipientes de su cariño jamás podremos encontrar las palabras adecuadas para describir cómo su presencia marcó nuestras vidas y nos hizo mejores personas. Chapeax doctor.
Mi vieja querida fue una mujer fuerte en la adversidad, protectora y suave como un peluche mullido. Mi memoria guarda una imagen de cercanía permanente, de fiebre sudada en su regazo, de aliento consistente ante la duda y de apoyo férreo ante la convicción de la verdad. A todo eso le sumo una belleza cautivante que se dibujaba en una sonrisa amplia y fresca que le quitaba el aliento a los hombres de toda condición y edad. El Pato Valdivia y yo tuvimos el privilegio de acompañar su dolorosa muerte en un abrazo que se nos quedó pegado en la piel, encerrados en un dormitorio de cortinas transparentes por donde se colaba el sol de Marzo, secando su sudor y cambiando  miradas de resignación ante lo irremediable. Con ella, la muerte me ganó la segunda partida con ventaja, pero no me logró quitar los sueños.
Mi padre fue, definitivamente, The Leader of the Band, como alguna vez escribió Dan Fogelberg. Ni siquiera hoy, después de cuarenta y seis años, puedo evitar una estrechéz en la garganta al recordarle y al pensar lo distinto que todos los Valdivia habríamos sido si ese tres de enero el Standard Austria CCS5W no hubiese despegado de la pista de Panimávida.
El pequeño niño que llegó de Francia con cinco años y sin saber hablar español, al pasar de la vida se transformó en el referente de todo, el de la opinión certera, el consejo oportuno, el cómplice de los amigos, el soporte de los débiles y el defensor de los desamparados. Hombre rana, piloto de avión, de planeadores, rugbista, cazador, líder de los ingenieros, el jefe que todos querían tener, el master tape de todos los que luego de él hemos sido copias menores. El legado de mi padre no tiene precio, tiene un valor inmenso. Fuimos dos hermanos nacidos de él y la Nanita, mi querida gorda Loreto, la tía de todos los sobrinos, propios o ajenos, la abuela de mi pequeño Cristóbal, la samaritana de todos los abandonados, la del cariño interminable y la disposición incondicional. Si hay algo que destaca en la vida de mi hermana es la bondad. Fuimos ella y yo por más de treinta años.
Cuando la década de los cincuenta pasaba la mitad, mi viejo tuvo una relación de la que nunca conocí detalles y de la que jamás me sentí con derecho a preguntar. De ese amor nació mi hermanito Rodrigo, siete años menor y a quien por una situación extraordinaria e inigualable, vine a conocer pasados mis treinta. Mi viejo y su madre hicieron un pacto que se mantuvo vigente por veintitantos años y que consistió en que la existencia de mi hermano no se divulgaría mientras mi madre estuviese viva. Si alguien alguna vez pensó que la relación de ese par de seres fue casual, basta preguntarse si hay otra razón más grande que el amor para mantenerse leal a una promesa de ese calibre. No conocí a Iris, pero siempre le agradeceré haberme regalado un hermano como Rodrigo.
Varios años después de morir la Nanita me contaron de la existencia de mi hermano. El día que vino a verme abrí la puerta y en el umbral me encontré con la copia de mi papá, mirándome entre nervioso y tímido, pero sin poder ocultar el aura que desplegaba. Abrazarlo fue uno de los momentos más gratificantes que he vivido. El paso de los años me hizo ver que la similitud con mi viejo no era un mero rasgo físico. Las características que he descrito de mi querido padre están en su cara y en su corazón.
Toda esta historia, que debo detener en la generación de los viejos porque de otra forma esta crónica sería insoportable, siempre tuvo el propósito de rasguñar las raíces para explicarme la razón de las cosas. Mis primos y mis hermanos no pudieron ser malas personas con la calidad de abuelos, padres y tíos que tuvimos. Ninguno de los Valdivia de mi generación se ha destacado por ser un balazo para los negocios, la política o la ciencia, pero ninguno de nosotros se levantó jamás por la mañana pensando a quien embaucar para poder vivir, como tampoco ninguno de nosotros pudo pasar al lado de un ser humano en desgracia sin detenerse a dar aliento, aunque no sirviese para nada. La razón por la  que Luis Alejandro, Ernesto, Max, Horacio, Loreto y Rodrigo, mencionando sólo a la generación de los 40-50, sean motivo de mi orgullo, está en lo que hay detrás, en el salto al siglo dieciocho y a los albores del diecinueve, en la herencia que nos dejaron las risas de los viejos que hasta hoy resuenan en todas nuestras casas, en la música que hubo en todos, en esos corazones inmensos que tuvieron el cuidado de heredarnos por encima de lo material y en el toque de locura en la medida justa, que creo haber traspasado a mis maravillosos hijos. Para mi fue fácil engendrar seres humanos de primera. El ADN venía con el envase. 
Es grato poder bajar al interior de uno mismo y encontrar la verdadera razón de las cosas.

Wednesday, March 09, 2011

Un cielo más ameno

Mi primo Ernesto era uno de los tipos más fomes a la edad de 18 - 20 que he conocido. Con un nivel cultural superior, dominaba una diversidad de temas que a esa edad uno no quiere ni mencionar, era amante de los grandes maestros y habitué del Teatro Municipal, a la vez que carecía en lo absoluto del más mínimo interés por el fútbol. Eso y otras cualidades tan atípicas como las descritas, súmele la educación en el Verbo Divino y la sarta de sietes que uno jamás vio, hacían de Ernesto un tipo un tanto Nerd y al resto de los primos nos costaba nivelarnos con esta mezcla de pesado, guevón y genio que cuando nos encontraba enfrascados en un problema de matemáticas jodidísimo, mirando de soslayo el cuaderno nos decía ... aplica Pitágoras pues hombre... como si esa acción fuese de un nivel de dificultad equivalente a rascarse el poto.
Su hermano Luis Alejandro era la otra cara de la moneda. Compartían esa desagradable facilidad de obtener altas notas en el colegio con una frecuencia desconocida para el resto, pero Alejo era el de las minas, las fiestas, el fútbol y el chiste fácil. Bastaba que lo invitaran una vez a la casa de una niña para que a los dos o tres días estuviese de "bechito mamá...bechito papá...." y le prestaran el auto. Jamás pasó la receta.
Así llegaron a la universidad. Luis Alejandro lo pasaba chancho y Ernesto seguía siendo lo que se puede describir como el tipo grave.
Pero un día apareció Pilar y el tipo se nos transformó. Era como esos amigos que se dejan de ver por diez años y uno no logra reconocerlos porque aparecen con una barba enorme y vestidos a lo Travolta. De ser un tipo fome Ernesto pasó a ser el "bailaor" de la familia. En las fiestas le daba duro y tupido hasta que apagaban la música, descubrió que un par de wiskeys lo hacían más entretenido y fumaba como si el humo fuese a prolongar la noche. Si he visto a un hombre transformarse por el amor de una mujer, ese fue Ernesto. Jamás antes le conocí una polola ni jamás pensé que su compañía se transformaría en veladas tan agradables, pero después de que Ernesto conoció a la Pili, complementó su discurso inteligente, su análisis pragmático y su enorme conocimiento con la alegría de su permanente humor, a veces algo negro, y su capacidad de hacer que una velada intrascendente se transformara en una jornada que nadie quisiese terminar. Un docente permanente con sus hijos y con cualquiera que fuese menor que él, tuvo siempre la palabra equilibrada y la recomendación certera.
Bastante desapegados como familia, mi relación con Ernesto no fue la que debería haber sido. A la luz de los acontecimientos uno va descubriendo cómo de manera imperdonable nos perdemos la relación con los que amamos. Reunirnos dos veces por año nunca fue suficiente, pero las vidas van siendo divergentes por defecto, hasta que viene la muerte y nos enseña cosas que nunca vimos. Fue recurrente entre los dos la conversación sobre cómo habrían cambiado nuestras vidas si mi padre no se hubiese muerto tan joven; Ernesto tuvo de por vida  la convicción de que mi viejo nos hubiese guiado por un camino distinto al que recorrimos, y que para él resultaba obvio que habría sido mejor.
Ernesto terminó su vida siendo fumador, sibarita y bebedor, de lo que disfrutó más que cualquiera de nosotros, que nos pasamos la vida yendo al médico y cuidándonos del hígado, el cólon, el corazón, el páncreas y cuanta presa nos nombran por ahí como potencial causa de muerte. Cuando sintió que le llegaba la hora Ernesto subió a su cuarto, se fumó el último pucho, apagó la luz y se murió, con la calma con que enfrentó las buenas y las malas etapas de su vida.
Hoy debe haber una reunión interesante allá arriba, pero es indudable que el ambiente debe ser más divertido y la conversación de los Valdivia en la cumbre debe haber mejorado muchísimo desde que Ernesto se sumó. Les estaba haciendo falta.

Tuesday, December 28, 2010

Todo tiempo pasado....

La vieja y usada frase que reza "todo tiempo pasado fue mejor" no es otra cosa sino la expresión popular sobre la capacidad del ser humano para restar en su mente el espacio para las cosas malas y dejar a mano sólo los buenos recuerdos. Por eso es que siempre que vemos hacia atrás, idealizamos los tiempos viejos.
Y eso es aplicable a diversos aspectos de la vida, como por ejemplo, la forma en que juzgamos a los antiguos líderes políticos. La reciente muerte de Carlos Andrés Pérez, ex Presidente de Venezuela por un período y medio, es muestra fehaciente. Abundan en la prensa los comentarios sobre su calidad de estadista y demócrata y lamentan que su lucha sin cuartel contra Chávez le haya obligado a terminar sus días en otro país. Diego Arria, ex colaborador de Pérez y actual líder de la oposición a Chávez, ha levantado una apología sobre la personalidad y los atributos de Pérez usando las redes sociales y abundan en la prensa venezolana los reconocimientos a este ex Presidente demócrata al que hace no muchos años se le obligó a renunciar por corrupto, abusador, sinvergüenza y despilfarrador.
El tiempo que todo lo cura ha puesto un manto de pureza sobre la personalidad de Carlos Andrés, uno de los responsables directos, junto a Lusinchi, Caldera, Herrera Campins y otros, de que Chávez llegara al poder. Fue tanto lo que se robaron, fue tan mala su administración, fue tanta la corrupción y el sectarismo, que le abrieron la puerta y le pavimentaron el camino al poder a uno de los hombres más peligrosos que haya gobernado jamás en américa latina, el abominable hombre de los llanos, Hugo Chávez, el dictador.
El natural de Rubio hizo de su primer gobierno la mayor repartija de dinero que los venezolanos recuerden. Irresponsablemente y sin prever un futuro adverso, Pérez transformó a la patria de Bolívar en la Venezuela Saudita y a los venezolanos en los "ta barato, dame dos". La fama de nuevos ricos, despilfarradores, amigos de la buena mesa y del etiqueta negra de los venezolanos recorrió el mundo. A Venezuela llegaron miles de oportunistas buscando negocios turbios amparados en una corrupción que comenzó en Miraflores y bajó hasta el portero del último ministerio que, dados los buenos ejemplos que recibía, también se sintió con autoridad y derecho a pronunciar la pregunta favorita de los empleados públicos: ¿y cuánto hay pa eso?. Terminó su primer mandato salvándose de ir preso por el escandaloso caso del barco Sierra Nevada, gracias al voto de José Vicente Rangel. Las vueltas de la vida.
Herrera Campins tuvo un gobierno lamentable y Lusinchi un gobierno olvidable. Entonces el gocho N° 1 aprovechó su fuerza dentro de Acción Democrática e hizo creer a los venezolanos que todo sería como antes, que los reales aparecerían de la nada y que la Venezuela Saudita volvería en gloria y majestad. Tomó el poder y se enriqueció de manera escandalosa. Su accionar fue indudablemente más prepotente y abusivo. Se enfrascó en un lío de faldas con González Gorrondona Jr. y le intervino su banco, el BND, en una medida escandalosa que se regó por todo el país y que nunca le importó a nadie. Intentó aplicar medidas populistas que terminaron con Hugo Chávez transformado en héroe al fracasar en su intento golpista, pero abriéndole la puerta a su llegada legal a Miraflores. Tristemente destituido por haberse robado la friolera de 250 millones de bolívares -en esa época algo más de 50 millones de dólares- Pérez dejó inconcluso su segundo período presidencial y de herencia se anotó con un 48% de inflación.
Cuando paso por la esquina de Moneda con Morandé en Santiago y veo la estatua a Salvador Allende, el peor de los Presidentes que Chile hubiese podido imaginar tener, endiosado hoy a la categoría de mártir por haberse suicidado antes de que lo hicieran preso para dar cuenta de la gran farra que había hecho con Chile en apenas tres años, no quiero ni siquiera pensar en qué habría pasado si Carlos Andrés hubiese muerto en la intentona de golpe de Chávez. Hoy tendría una estatua del tamaño de Parque Central.
En Chile hay gente que aún llora a Allende y hay gente que aún llora a Pinochet. El tiempo hace olvidar que uno dividió el país en dos y acabó con su economía mientras que el otro mató a la mitad de los que sobrevivieron y se robó un pedazo importante de lo que él mismo había salvado. Dos personajes olvidables que jamás debieron estar en el lugar en donde la historia los puso, un Presidente y un dictador que no debieron haber gobernado a este país ni por un minuto.
Ojalá que la historia no permita que personajes como ellos dos y como Carlos Andrés sigan teniendo un recuerdo equivocado en el colectivo social.
Todo el mundo tiene sus méritos, pero de ahí al "gran demócrata" hay un kilómetro de mecate.

Thursday, November 25, 2010

ALAMEDA 390

Pantalón grisss… esa sola y escueta frase en boca de Francisco León, sumada al brazo derecho extendido hacia la puerta, era la diferencia entre la vida y la muerte. El señor Ministro –jamás supe de donde venía el nombre de su cargo- tenía fijación con el estricto cumplimiento de la normativa referente al uso del uniforme, la que cumplía en forma recta e histérica, tal como su superior directo, el cura Pocho Puelma, fiscalizaba el largo del pelo bajo un criterio vacilante y acomodaticio según quién fuese el pelucón. Ellos eran la autoridad implacable del querido Instituto de Humanidades Luis Campino de Alameda y Lira, edificio de triste destino para los institutanos, que vimos como el correr de los años nos podaba las instalaciones en forma dolorosa. Primero fue el hospital, que se llevó la cancha de fútbol y luego vino Canal 13 y se llevó toda la construcción que daba a calle Lira, al colmo de cortar la cancha de baby fútbol por el banderín del corner. Las cuentas del Arzobispado siempre fueron implacables. Y finalmente se llevaron el edificio completo para montar el Centro de Extensión de la UC, lo que acabó con varias generaciones de historia, dolor, risa, fracaso y satisfacción, pero por sobre todo, acabó con la percepción física y palpable de lo que fue nuestra vida hasta los 18.

En nuestra generación hubo de todo, desde los tipos de una abierta vena artística como Jorge Marchant hasta los grandes empresarios como Lalo Menichetti, pasando por toda la fauna imaginable. En términos generales fuimos más cercanos al humanismo que al materialismo y nos dividimos en varias militancias que se mantuvieron durante todos los años de colegio. Estaban los futbolistas y los no futbolistas, diferenciados claramente por la manera de encabronarse con la cancha y no dejar jugar al resto. Buenos futbolistas en esa generación, el mismo Lalo, Mariano Dálbora, Mario Gómez, el forro Imperatore, Yuri Pablovic, Pepe Guzmán, Pancho Herrera, los dos hermanos Guerrero, Pancho e Iván, Carlitos Vielles, en fin, un lote importante. También estaban los super momios y los no tanto, porque para qué vamos a decir que en el querido IHLC abundaban los socialistas. Los menos momios éramos los que despertábamos las iras de Pocho, los revolucionarios, los que hablábamos de “gobierno estudiantil” y nos tomábamos el colegio sólo por joder y sufríamos suspensiones y destierros generados a voz en cuello en medio del patio rojo. Los más momios tenían subdivisiones; los momios por vocación, como Carlitos Goñi, y los momios por chupamedias, como los hermanitos Ríos, que si fuese por ellos hubiesen beatificado a Pocho en vida.

Gran colegio el Campino, un lugar donde los mateos eran personas normales. No jugaban fútbol como ningún mateo del mundo, pero algunos de ellos tenían cuadernos asquerosos, eran terriblemente desordenados y perseguían a las empleadas domésticas igualito a los que se sacaban malas notas. Marito Penna fue niño símbolo de los mateos, adorado por buen amigo y buena onda, despistado a morir, con esa eterna sonrisa de oreja a oreja –literal- y un pedazo de lápiz de no más de tres centímetros que le acompañó toda la secundaria. Como genio que era terminó de investigador científico, analizando comunicaciones entre ranas. No podría haber sido de otra forma.

Nuestra vida en el Instituto transcurrió plácida. Nunca nos hicieron estudiar demasiado, los profesores eran pintorescos y alegraban nuestro pasar por ese karma que a los 15 o 16 significa estudiar, y para rematar, los últimos dos años de humanidades teníamos un patio aparte donde se nos permitía fumar. Nosotros fuimos la generación del pucho y del cuete. Los profes fumaban en la sala de clases y los pupitres tenían cenicero. Los fines de semana había muchísima mina, algo de copete y algo de cuete. Los choros y buenos para el aletazo eran casi todos buenas personas, cosa rara en el colegio. Eso sí, era preferible tener uno de amigo para escapar de los hiperventilados como el turco Landea, que le pegaba a todo lo que se movía, hubiese o no un motivo. Algunos buenos – buenos para la pelea eran Pepe Guzmán y el Moco Egaña, así como había otros que nunca se achicaron con nadie y ofrecieron combos hasta decir basta, pero que no tenían un físico muy privilegiado que digamos, como Macaco Ruíz y su metro y medio, o Pancho Herrera y su caminar a lo John Wayne.

Se pueden llenar libros con las anécdotas de nuestra etapa escolar, indudablemente la mejor de nuestras vidas, sin mayor presión al no ser un colegio competitivo ni tampoco muy caro, en una edad donde uno va para adelante sin conciencia de los esfuerzos que a veces los viejos tenían que hacer para que uno lograse terminar el colegio ni con el desespero de la juventud actual, que si no saca determinado puntaje se considera un fracaso antes de comenzar nada. Eramos distintos, valorábamos la amistad y considerábamos al colegio como una raíz innegable. Cuando Juanito Obrecht enfermó de cáncer sin previsión alguna, pasamos más de un año reuniéndonos mes a mes para juntar el dinero que le permitió a su familia tener un pasar decente hasta su muerte. En esas reuniones se vieron gestos tremendos. Algunos no iban a la cena porque no tenían dinero suficiente, pero llegaban al postre para dejar las lucas de Juan, que eran sagradas. Otros con más recursos pagaban la cena y aportaban toda nuestra cuota a la causa. Nos reclamábamos seriamente cuando a alguno de nosotros se le olvidaba el compromiso y pedíamos disculpas por no poder aportar más. Otros adoptaron a Juan por el lado humano, se acercaron a su mujer y a sus hijos y los acompañaron de manera cercana hasta el final. Unos pocos estábamos allí cuando Juan agonizó. Ramón Echeverría dijo algunas cosas geniales que hasta hoy repito como si fuesen de mi cosecha, reafirmando la claridad que había en la mente y el corazón de ese cura, quizá el único cuyo sentido social fue tan irrenunciable que finalmente le terminó pasando la cuenta cuando la política viró a la derecha.

Nuestros personajes eternos no se borrarán jamás. Nadie podrá olvidar el trauma que significaba ser sorprendido con el pelo muy largo y enviado al cadalso de Flores, un ex milico que aprendió a cortar el pelo con las tusas de los caballos y que nos dejaba como tales, o al pelado Vásquez, afeminado y barrero, Ceballos, el de Filosofía, opiniones divididas entre maraco e intelectual, el sapo Barbagelata, a quien le robábamos las pruebas mal hechas y se las cambiábamos por otras impecables, Tata Lira, un anciano malgenio cuyo nivel de tolerancia con los morenos era propia del Ku Klux Klan, el loro Lehr, un sabio loco profesor de Física metido en un colegio de irreverentes, al que en un experimento le hicimos recibir un golpe de corriente tan fuerte que le dejó el poco pelo que tenía, tieso como el alambre. Son muchos, son inolvidables.

Jamás me olvidaré del Instituto, así como jamás me olvidaré de la cara de Bernardo Stanke cuando descubrió que mi arduo trabajo -en sociedad con Mariano- para robarnos el libro de clases tuvo como resultado que puse un siete en Matemáticas en su casillero en vez del mío, al correrme una línea de la lista producto de los nervios.

Y por si alguno de mis ilustres amigos, cercanos o no tanto, ha mantenido a sus hijos engañados diciendo que se portaba bien y que era un tipo de sólo 6 y 7, por favor sincerense, no sigan haciendo que se coman ese cuento. Salvo Marito Penna y Sergio Canals, el resto fuimos todos, todos, en mayor o menor medida, flojos descarados, sacadores de vuelta, pujando por un miserable cuatro y haciendo maniobras para llegar a un cinco, inventando excusas para no entregar el trabajo, copiándonos hasta los trabajos manuales y los dibujos, mujeriegos y parranderos a mucha honra, pero por sobre todo, buenas personas, tipos que en nuestras familias y en nuestros amigos dejamos huellas de cariño, hombres a los que el dolor ajeno nos importa y que pasamos a las generaciones siguientes el recuerdo de un colegio que quizá no hizo muchos personajes famosos, pero nos hizo a nosotros como somos. Y nos alegramos de ello.

Es injusta esta nota, ya que dejo atrás tantos nombres que no merecen quedar en el tintero. Imposible dejar de nombrar a Doren, Girón, Ulloa, al indio Muñóz, Lagos y Lagos, los hermanos de los deportes, el despreciado profesor de química y biología, al que alguien –mejor no nombrar a ninguno de los dos- le dio una paliza de aquellas en su oficina de la U. Técnica que le hizo olvidar lo fácil que le resultaba rajar a cualquiera. Y de nuestros compañeros más pintorescos, al querido Miguel Undurraga, un orate que enfermo del corazón corría como condenado sólo para ver desesperar al profesorado que debía cuidarle, Alex Armstrong y su irreverencia permanente, Rodrigo Del Campo y su elegancia, el trío de los pequeños, Herrera Delgado y Aedo, el desaparecido e inolvidable Douglas Slaughter, rey de los mochileros, los hermanos Jarpa, Rodrigo y su cuota de diesiseis piscolas en las fiestas del Sábado, José Manuel y Oscar, con quien en mi vida adulta siempre tuve deudas de amistad, el pájaro Alarcón, que nunca supimos si desapareció o lo desaparecieron, Poncho Iglesias, que fue atraído por los testigos de Jehová y terminó bautizando gente en algún pueblo del sur, y en fin, tantos institutanos de los que me he sentido amigo orgulloso, aún después de tantos años sin verlos.

Salud amigos, buena vida para todos. Ojalá me recuerden como yo a ustedes, que los sigo queriendo como en los sesentas.