El Monstruo de Gochilandia
Los venezolanos suelen ser gobernados por gente de características muy especiales. Los líderes de mayor trascendencia se dividen entre dictadores y caciques. Entre ellos hay rasgos comunes como el origen andino, de los estados Táchira, Mérida y Trujillo, a quienes despectivamente se apoda “gochos” y se les tilda de brutos e incultos. Sin embargo, la historia dice que los gochos son los que han pasado más tiempo gobernando y los que mayores desastres han hecho en la nación de Bolívar. Entre los dictadores, Juan Vicente Gómez se mantuvo en el poder por 27 años a punta de pistola y traición; inculto, mujeriego e inescrupuloso, tuvo más de 80 hijos ilegítimos, instaló el nepotismo como práctica frecuente, se apoderó de tanta tierra que jamás se llegó a saber cuanta y mató tanta gente que a los pocos años los historiadores dejaron de contar los muertos. Marcos Pérez Jiménez, gobernando como tal o a través del manejo de juntas militares, se hizo del poder en 1948 y abandonó exiliándose en España en 1958. Diez años en los que hizo y deshizo con la legalidad, asesinó y encarceló a sus opositores, acumuló amantes y se enriqueció como muchos de sus antecesores, en una práctica que forma parte del know how de los más destacados gobernantes venezolanos. Y entre los elegidos democráticamente y que ocupan el rango de caciques, destaca sin duda el más conocido de los gochos, Carlos Andrés Pérez, mujeriego, irresponsable, malo y vengativo, capaz de quitarle el banco a un rival en el cortejo de una dama, ambicioso, astuto como todos los gobernantes gochos pero quizá el más necio y terco de todos. Carlos Andrés fue la disculpa perfecta para que el mejor discípulo de los andinos, el barinés Hugo Chávez, llegara al poder. Al revés que en el resto del planeta, donde un golpista es repudiado por la sociedad, los venezolanos dieron el carácter de héroe a Chávez y lo eligieron Presidente en uno de los actos de borrachera colectiva más incomprensible de los últimos dos siglos, únicamente explicable por la podredumbre en que los principales partidos venezolanos transformaron la vida política de uno de los países más hermosos del planeta. Dicen que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. Una frase para reflexionar si se trata de Venezuela, donde la mayoría de los gobernantes han sido lobos con piel de oveja cuyo mayor objetivo ha sido dar continuidad al robo. “No me dé….. pero póngame donde aiga…. “ frase del decir popular venezolano que explica la liviandad con que el ciudadano común ha enfrentado la corrupción. Mientras me den, que los de arriba sigan robando me da lo mismo. Y eso es lo que ha hecho Chávez, dar y robar, con astucia propia y la tremenda cátedra escrita a punta de balazos y billetazos por los insignes Gómez, Pérez Jiménez y Carlos Andrés, ingenieros en las tácticas para perpetuarse, maestros en la aniquilación del rival, creadores y cultores de la imagen de macho criollo arrecho con veinte hijos no reconocidos que muestran con orgullo a los íntimos pero jamás aceptarán públicamente, buenos para levantar la voz, golpear la mesa, darle un tiro en una pata a cualquiera, meterse seis “caballito frenao” entre pecho y espalda mientras los lacayos le acomodan una ley para quitarle el canal de TV al rival que lo enfrentó en público. El discípulo Chávez, con su exclusiva guardia de cuatrocientos cubanos entrenados que obtuvo en “canje” con Fidel para formar su anillo de protección y que le cuestan una fortuna en dinero y muchísimo más en veneración irrestricta hacia quien considera su padre político.
Ese es Chávez, el nacido en Sabaneta, un pueblo de apenas 2000 habitantes en el estado Barinas, tierra que ha visto como los andinos hacen la historia mientras ellos crían vacas. Este Chávez golpista, graduado con honores de la cátedra forjada a punta de pistola por sus vecinos de gochilandia, resultó más astuto, más delirante y más peligroso. A vista y paciencia de los complacientes gobiernos democráticos de América, Chávez va destruyendo Venezuela sin oposición, con la ametralladora del petróleo bajo el brazo y vestiduras de demócrata como armadura. Mientras acaba con la democracia en su país viene a Chile con pinta de dandy caribeño y besuquea a Bachelet mientras le rodea los hombros con su brazo, logrando una foto que recorre el mundo marcándole un signo de superioridad. Con Evo en un bolsillo, el ecuatoriano Correa en otro y los títeres de Honduras y Nicaragua en el buche, Venezuela se nos va desapareciendo de la vista mientras Lula mira estupefacto, Cristina no atina sino a ponerse rimel y Obama lo mira de lejos, pues al igual que el resto, le teme a la carencia de un suministro regular. Y los venezolanos siguen padeciendo el delirio de un Chávez que cabalga sin freno parlamentario y tapa voces con autoritarismo y billetazos. Es el monstruo de Tasmania –versión Gochilandia- que todo se lo traga, la radio, la televisión, la libertad, la oposición, la prensa, las voces fuertes, los llantos y las frustraciones. El monstruo que se ríe de todos, que se burla de la legalidad, que se traga una ley y escupe un decreto arreglado. Lo tétrico, lo verdaderamente increíble, es que los Presidentes de nuestros países observan con la misma pasividad que nosotros, los que no podemos hacer otra cosa sino opinar de lejos. Así es como se maneja Chávez, así es como los increíblemente conservadores principios de la diplomacia y la política juegan en su favor. Ningún gobernante latinoamericano se atreve a ser opositor decidido de Chávez, a atacarlo, a separarlo, a condenarlo. Eso no se hace, dicen, no es lo propio y lo adecuado en el comportamiento frente a las relaciones de los países, pero mientras tanto Chávez insulta desde el podium de la ONU, amenaza a sus vecinos, cobija guerrillas, reparte maletines para ganar elecciones y denuncia la creación de un ambiente que trae “vientos de guerra” que sólo existen en su desquiciado cerebro golpista. Y el resto mira, como estatuas de sal o como la imagen de los tres monos místicos, ya que en el caso de Chávez y la forma descarada de cómo se traga a Venezuela, no conviene mirar, escuchar, ni menos hablar.
Más de cincuenta mil chilenos llegaron a vivir en Venezuela en los setenta, muchos de ellos acogidos en el exilio, huyendo de la dictadura con lo puesto. Pero si tratamos de buscar las voces de condena de aquellos que una vez salvaron el pellejo gracias a ese país, no las encontraremos. La ceguera doctrinaria impide que se acepte públicamente que Venezuela se desliza por una pendiente sin asidero al totalitarismo, a la extinción total de las libertades individuales, al término de la disidencia, de la libertad de expresión, de la libertad de educación y de la propiedad privada. No se acepta que los que deben favores políticos se pronuncien sobre la debacle venezolana y se les insta a que públicamente justifiquen lo injustificable, como algún senador chascón que aplaude todo lo de Chávez como paciente catatónico. Que triste papel. Perderemos a Venezuela y perderemos a su gente. Vendrá el momento en que cincuenta mil venezolanos lleguen a Chile arrancando de la dictadura chavista y la tortilla se habrá dado vuelta, pero siempre nos quedará la sensación de que se pudo haber evitado con sólo actuar como se siente y no como políticamente es correcto. Mientras la elite política de nuestro país y de nuestro continente siga dando ejemplos tan lamentables de permisividad lastimosa, de complacencia descarada y de temor soterrado, las venezuelas seguirán desapareciendo y los monstruos de gochilandia seguirán pariendo herederos mejorados.
1 Comments:
Esa es una triste realidad, que esperamos que cambie el 26S . . . aunque yo no tengo muchas esperanzas.
Hay una frase muy cierta "cada pueblo tiene el gobernante que se merece" . . .
Maru Gómez
Caracas - Venezuela
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