Saturday, March 17, 2007

No me diga imbécil

El tipo vive en Ñuñoa. La casa está pagada hace años, el jardín se mantiene en buenas condiciones y aprovechando el terreno, construyó una piscina de ocho por ocho que usa desde Octubre a Abril, gracias al calentador de energía solar. La casa tiene cuatro dormitorios, cuatro baños, dependencias de servicio, escritorio, living y comedor separados, lavadero y garaje para dos autos. Todos los años, con los ahorros y las horas extra fue mejorando detalles; puso portón eléctrico, cambió las tuberías, arregló el piso, instaló wifi, riego automático y en el escritorio puso una pantalla plana grandota. El barrio no es muy bueno, mucho artesa, mucha transacción rara por la noche, pero todos lo conocen y respetan. La casa es algo vieja, por fuera se nota la arquitectura de los años 40, pero es su casa y para él, es la mejor casa.
La mujer lo convenció para ir de vacaciones a la isla de Margarita, así es que el hombre se las emplumó. Viajó ocho horas hasta Caracas en la clase turista de un Lan que venía llegando de La Habana y que por cosas del uso eficiente de los recursos materiales, fue puesto a volar antes de que le terminaran de sacar el olor a mono de los doscientos borrachos que se subieron a gatas luego de pasar la última noche de juerga en Varadero. Llegó al aeropuerto de Maiquetía y por una huelga de azafatas tuvo que pasarse seis horas dando vueltas por un aeropuerto lleno de vivos cazando incautos, y entre una y otra conversa le quitaron cien dólares por acceder a un salón VIP que le aliviaría la espera, y del que sacaron a empujones por no ser socio de no sé cuál club. Llegó a Porlamar a medianoche, pagó 150 dólares por una carrera de taxi que al día siguiente supo que costaba treinta, perdió una maleta y en el hotel no tenían su reserva, de manera que le consiguieron, como gran favor, una habitación de doscientos dólares que miraba al estacionamiento y tenía el aire acondicionado malo. Duró dos días, se peleó con la señora, agarró la maleta que le quedaba, la guayabera con las palmeras verdes, la toalla de rayas y se subió al primer avión que salía de la isla. Tomó un vuelo que lo paseó seis horas por Carúpano, Cumaná y otros pueblos de nombre impronunciable, hasta que llegó a Maiquetía, cambió vuelo y siguió por Manaos, La Paz, Cochabamba y Lima, llegó a Santiago treinta horas después de haber salido de Margarita y se tiró a la piscina con una Austral bien fría en la mano, pidió que le trajeran dos empanadas de marisco del mercado de Providencia y no habló con nadie en cuatro días.
Por allí por el Jueves a mediodía llegó a verlo el compadre Leo y como que no quiere la cosa le dijo extrañadísimo que no podía entender que ya estando en Margarita, no hubiese aprovechado esa isla preciosa y se hubiese quedado nomás, con todos los inconvenientes que tuvo, pero si ya había llegado allá….. la verdad no lo entendía.
Mirando hacia el cielo mientras vaciaba la tercera Austral del día, dijo con muchísima calma… mire compadre, como usted trabajó toda su vida en el negocio del transporte, le voy a poner un ejemplo para que me entienda bien…. imagínese al encargado de la pizzería El Trébol, pasajero común y corriente de la micro 247, que pasa cada quince o veinte minutos y que se demora otros veinte en dejarlo en Plaza Italia. De allí, Metro hasta Los Héroes, combinación y estamos en Lo Ovalle en quince minutos, a la hora justa para abrir la pizzería sin que el jefe lo rete, tranquilo, sin muchos apretujones, aguantando eso sí los cantores y los vendedores, pero llegando en el tiempo de siempre, sin caminar mucho, sin correr demasiado… ¿ alguien podría imaginarse que ese cristiano va a cambiar lo que tiene por una micro nueva, limpia y bonita, sin cantantes ni vendedores, con choferes educados que tratan de usted a las señoras y le sonríen a los escolares, pero que se demora dos horas en llegar de Plaza Ñuñoa a Plaza Italia, que pasa a doce cuadras de la casa, que de cada cinco para una, que con suerte se agarra de un pedazo de pisadera con la puerta automática apretándole los cachetes, que cuando combina en el Metro es como si lo dejaran en la puerta del infierno, que lleva más palos que una gata ladrona por una vieja que pensó que la quería atracar, que aún así sabe que va a llegar a la hora del lolly, corriendo, jadeando, preocupado, restregado y entregado a recibir los gritos del jefe por haber llegado una hora tarde…???? Tendría que ser el Rey de los Huevones, ¿verdad compadre?
Y después llega usted, con cara de Ministro Espejo, a tratar de convencerme que lo de Margarita era mejor que mi casa.... ¿es tanta la cara de huevón que tengo compadre Leo..???

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